miércoles, 26 de septiembre de 2012

Desde siempre ha habido motos a mi alrededor; ya desde pequeño iba por la calle fijándome en aquellas preciosas -a mí me lo parecían- y enormes -aún me lo parecen- Laverdas, Harleys y BMWs que podían verse junto con alguna Norton, BSA y Triumph compartiendo el escaso tráfico de finales de los 60 con nuesttras Bultaco, Montesa, Ossa, Sanglas y Derbi. No era extraño ver por Madrid una Lobito o una Cota entre otras, digamos, más adecuadas al entorno.
 
Pero la que recuerdo como mi primera experiencia tuvo lugar habiendo cumplido ya diez años, cuando nos trasladamos a vivir de Madrid a Majadahonda, que entonces era aún un pueblo. Vivía allí un compañero de colegio y amigo de mi hermano pequeño que tenía una IMPRESIONANTE Cota 25 C, la versión con tres marchas al pie. Aquella moto me marcó para siempre, y seguramente es la culpable de que a día de hoy siga enamorado de cualquier cosa con dos ruedas y motor. La moto de Arturo me abrió los ojos a un nuevo mundo, el de la libertad, el equilibrio sobre ruedas, el amor por la naturaleza (sí, cualquiera que haya ido en moto de campo sabe que van de la mano). Hasta qué punto me tenía enganchado que, a veces, estando ya en la cama de noche, seguía oyendo su pequeño motor en marcha...
 
En aquellos años formamos una pandilla en la que nos juntábamos con varias Cotas 49, Minicross, Dakota, las 25 de Arturo y Filito, la Mini Montesa de Javi, a veces alguna Enduro, y dos "grandes", la 247 VUK y  la preciosa Cota 348 de Nando. Rápidamente todas ellas encontraban pasajeros dispuestos a realizar entretenidísimas excursiones por los alrededores, disfrutando de nuestra afición por el campo y la moto. ¡Qué tiempos! Los disfruté de verdad y aprendí muchísimo.
       

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